Fábrica de molduras JUAN PIRONE
Recién empezaba a estudiar psicología cuando su padre, Juan Pirone, se enfermó. Con solo 17 años Nilmo cambió su rumbo para dedicarse de lleno a la empresa familiar. “Empecé a trabajar cuando no existían las máquinas electrónicas de contabilidad”, dice y muestra unas pintorescas calculadoras de antaño. El tiempo pasó y 85 años después esta fábrica de molduras se ha convertido en una de las empresas más antiguas del sector. Tanto recorrido conlleva historias y reflexiones de vida, que bien transmite su director en esta entrevista.
¿Cuál fue el origen de la fábrica?
Mi padre empezó a los 14 años a trabajar en una carpintería muy famosa de Colón, que quedaba justo al lado de su casa. Al principio barría, limpiaba y trabajaba con las calderas a vapor, porque no existía la corriente en aquellos tiempos –estamos hablando de 1918–. Fue aprendiendo el oficio hasta que se independizó en 1938. Desde el inicio nos dedicamos a las molduras, es una tradición que nos sigue diferenciando hoy día.
¿Cuándo empezaste a trabajar con él?
En realidad, no empecé a trabajar con él, sino que entré cuando se tuvo que retirar por un problema de salud repentino. Yo tenía 17 años y estudiaba Psicología, cuando a mi padre le da un derrame cerebral, luego de que un banco se quedara con todo su dinero. Eran tiempos muy difíciles, alrededor del año 73, época de huelgas, paros, tupamaros, dictadura y de mucha inestabilidad económica. No cobrabas hasta dos o tres años después de vender, el dólar se había disparado y a mi padre le debían en pesos cuando él había comprado en dólares. Lo primero que pensó mi madre fue en cerrar la empresa, pero los empleados le dijeron que yo fuera, que me darían una mano. Recuerdo que estábamos en el sanatorio y me dijo: “Vamos a abrir y ver si podemos sacar esto adelante”. Ahí arranqué. Mi padre no volvió hasta 9 años después y yo desde hace más de cincuenta años estoy al frente de la empresa.
¿Qué dominio tenías en ese momento de las actividades de la empresa?
Tenía un buen manejo de las máquinas, porque desde que era chico mi padre me enseñaba a usarlas, pero de lo administrativo no sabía nada.
Entonces, ¿aprendiste a dirigir la empresa solo?
No. Cuando pasó lo de mi padre un colega y amigo suyo, que era excelente carpintero y ya se había jubilado, le dijo a mi madre que quería ayudarme. Abel Vasallo, se llamaba. Él me llevó adelante, me impulsó y se convirtió en mi mentor. Venía todos los días y fue fundamental su apoyo. Lo insólito fue que cada fin de mes, durante años, yo quería pagarle y él me decía: “No, quedate tranquilo, tengo todo arreglado con tu padre”. Fue pasando el tiempo y cuando mi padre volvió, ¡nueve años después!, le pregunté cuál era ese arreglo, a lo que me respondió que nunca habían acordado nada. Lo llamé a Vasallo y me dijo: “Los amigos son para cuando se precisan”.
Tuviste una suerte de ángel, como en las películas…
Sí, son de esas historias que se van generando en este tipo de empresas. Mi padre cada vez que venía un colega le daba las gracias; y cuando alguno tenía un problema, sin dudar, le ofrecía espacio en el taller: “Acá estamos, avisen si precisan una mano”, decía. Muchísimos vinieron y trabajaron acá hasta rearmarse. Y pasó que algunos de ellos agarraron clientes nuestros y yo me enojaba, pero cuando le preguntaba a mi padre hasta cuándo íbamos a permitir que eso ocurriese él me respondía: “Vos seguí así. Lo que das por un lado después te viene por el otro. Así que, que no te importe”. Me arrepiento de no haber generado un libro de vida de la empresa con estas historias, porque con el transcurso de la vida, las anécdotas que vivimos –el personal, los proveedores, los colegas, los clientes, todos– van haciendo a la empresa.
¿Cuál es tu mayor satisfacción en el trabajo?
Eso es un tema filosófico. Mi padre era un tipo que trabajaba para vivir, porque le encantaba trabajar. A mí el trabajo me ha brindado la posibilidad de vivir bien, me esforcé para que eso pasara, pero no vivo para trabajar. Esa es mi mayor satisfacción: poder vivir bien y disfrutar de mi familia. Después, lo demás va y viene, son cosas monetarias o materiales, que son transitorias, circunstanciales. Lo que importa es poder tener calidad de vida, lo demás es cuento chino.
¿Siempre pensaste así o fue producto de una decisión?
Yo arranqué a trabajar en ese contexto difícil, con mi padre internado. En ese mismo momento veo que él había dejado su vida trabajando y que su logro, lo que juntó, un banco se lo llevó. Entonces, desde ahí tuve claro que lo mío iba a ser distinto, que iba a trabajar para vivir y no vivir para trabajar.
¿Y cómo aplicaste esta convicción en la empresa?
Para empezar, no dedico doce o catorce horas por día como lo hacía mi padre, para quien no existían los horarios de trabajo, porque trabajaba todo el tiempo, también sábados y domingos. Segundo, empecé a manejar la empresa con el claro objetivo de que rindiera económicamente, más allá del gusto por mi trabajo. Lo fui haciendo de a poco y he vivido como entiendo que hay que vivir, equivocado o no.
Ustedes superan el promedio de vida de una pyme en Uruguay. ¿Cuál es la clave para mantenerse en el tiempo?
Hemos pasado de todo, podría escribir un libro… La perseverancia en todo: en el trabajo, en la administración, en la participación gremial. Creo que en cualquier situación la única forma de salir adelante es tener la constancia de seguir, hasta que un día se dan bien las cosas.
¿Cuáles fueron los grandes aprendizajes que te ayudaron a dirigir mejor?
Todo es una suma, un granito de arena que va aportando. Al principio yo pasaba de estar con la máquina a atender el teléfono, así que aprendí a hacer de todo. Cuando empezó a irnos mejor y pude incorporar personal administrativo, dejé las máquinas gradualmente. Fue un proceso, no un cambio drástico. Me di cuenta de a poco que mientras me quedara en las máquinas no iba a ganar más dinero, que eso lo iba a lograr comprando y vendiendo bien, administrando. A partir de ahí cambié la forma de encarar mi trabajo. Por otra parte, la participación gremial es un libro de enseñanza, te hace ver muchas aristas del sector que capaz que a vos no te pasan. Ser directivo en Adimau, durante más de 35 años, como durante casi dieciocho años en la Cámara de Industrias [del Uruguay], me permitieron ver los problemas no solo de tu rubro sino del conjunto, del nervio productivo del país. Al estar en contacto con los máximos jerarcas del gobierno vas viendo qué está pasando, para dónde va la cosa. Las crisis las ves venir.
¿Qué te gustaría transmitir o qué aconsejarías a los nuevos emprendedores del rubro?
Que tengan mucha prudencia, porque esto cambia muy rápidamente. En nuestro país, las empresas tienen que ser un chicle porque todo nos termina afectando. En 1982, 2002 o en la pandemia estaba yo solo para atender el teléfono y podían pasar dos o tres meses que no venía nadie. Si hay algo que aprendí es que cuando vienen las crisis uno se tiene que achicar a tiempo, cuanto más rápido mejor, porque pensar “Bueno, ya va a pasar” o “Esto dura uno o dos meses, vamos a aguantar a ver qué pasa” solo genera una bola de nieve que te va comiendo. Cuando uno piensa que tiene más o menos todo bajo control, aparece un nuevo factor, interno o externo, que hace que las cosas se pongan mucho mejor o mucho peor. Hay que transitar el camino del medio y saber muy bien cuándo crecer y cuándo achicar, y hacerlo con rapidez.
Lamentablemente, he visto a muchos colegas desaparecer. No son muchas las empresas que superan los cuarenta o cincuenta años dentro del sector, y por algo es. Yo he tenido la posibilidad de viajar mucho y, realmente, lo nuestro como empresarios es titánico. En otros países los bancos buscan gente con el impulso de llevar algo adelante y les financian la maquinaria, los locales y les dan el capital de trabajo; en cambio, acá, todos lo que hemos tenido que pasar por un banco sabemos que o nos liquida o no nos deja ganar, por todo lo que te cobran. En este sentido, hay que guardar el dinero de las épocas buenas para bancar el que no habrá en las malas. No es tan sencillo, pero hay que intentarlo.
¿Y qué aspecto positivo destacás de ser empresario en Uruguay?
Te lo respondo con una anécdota. Una vez, un grupo de carpinteros participamos de un plan de gobierno donde asesores de Italia, España, Portugal, Francia y algunos países de América nos ayudaban a pensar cómo podríamos agregar valor y comercializar nuestra producción forestal. En ese contexto, conseguimos una reunión con una empresa extranjera. Me siento a conversar con el tipo y me dice: “No conozco nada de Uruguay. Cuénteme cómo es”. Ahí empiezo yo con la historieta de las vacas, el fútbol, la playa, Punta del Este…, y de repente me dice: “Sus diez minutos se acabaron, solicite a la secretaria otro turno”. Las empresas de acá tenemos todavía un capital valioso, que no existe en todas partes del mundo, y es poder sentarte a conversar con alguien y estar tranquilo. No suma valor agregado al producto ni genera ganancia, pero permite un estado de ánimo que ayuda a vivir mejor.
¿Qué pensás que hubiese sido de tu vida laboral si no te hubieras dedicado a esto?
Hubiera seguido con psicología, que me gusta mucho. La vida te lleva por muchos caminos.
DOS EMPRESAS, UN DIRECTOR
Además de Juan Pirone, Nilmo dirige La Casa del Carpintero. Al igual que en la empresa familiar, él entró en escena en un contexto revuelto.
“La Casa del Carpintero es también un negocio de muchos años, ya tiene más de sesenta. Era de un colega que me lo quiso vender de forma urgente por un problema de salud. Yo le dije que no estaba interesado, pero que podía ayudarlo con el dinero para su operación. Cuando fui a dárselo, él estaba internado y me entregó las acciones frente a un escribano o abogado. Ahí me vi de nuevo en un baile, porque la empresa tenía mucho trabajo por delante. Pero poco a poco empecé a remar, remar y remar, y estoy desde el 84 ahí. He desarrollado una forma de dirigir la empresa, equivocada o no, pero también sigue abierta”.
TESTIGOS DEL TIEMPO
“Estas herramientas son los verdaderos testimonios de toda una historia que quizás no exista en el sector del
país. Se usaban para trabajar cuando no existía la corriente o, por lo menos, cuando la corriente no estaba aplicada a las máquinas de carpintería. Me pareció bueno conservarlas y, de hecho, varias veces me han querido comprar la colección, pero me gusta tenerlas aquí”.
Julio 2023
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