ZONA M
Nació en Montevideo hace cuarenta y dos años. A los once decidió que quería aprender un oficio: “Mi padre era albañil y mi madre, ama de casa. Para mí, ya en ese momento la palabra trabajo refería a trabajar con las manos”. De su temprana actitud emprendedora a la vivencia de la espiritualidad en el trabajo conversamos con Pablo Ferrer, fundador de Zona M.
¿Por dónde empezamos a hablar de vos?
Por mi familia. Fui criado con muchísimos valores y en una familia muy unida. Somos cuatro hermanos, dos nenas y dos varones; soy el más chico y quizás el más mimado, por mi madre sobre todo. Siempre sentí que nunca me faltó nada, que me consintieron con lo más importante, lo afectivo, y que yo no podía devolverle otra cosa a mi familia y a mi esencia: me levanto todos los días tratando de ser mi mejor versión.
¿Qué más te motiva?
Admiro a la gente exitosa, a las empresas que les va bien, a los matrimonios que funcionan por muchos años. El éxito es una palabra muy difícil de definir, y cada uno tiene su definición, pero me encanta. Voy detrás de lo que me genera interés; me alejo de la gente tóxica, que se queja o que tira para abajo; me rodeo de personas y ambientes donde se busca mejorar y estar bien. De chico miraba a la gente que le iba bien y me preguntaba cómo lo lograban. A veces con herramientas, a veces sin, pero siempre me enfoqué en pensar cómo lo podría hacer yo.
¿Qué otras cosas pensabas sobre el trabajo?
Mientras estudiaba el oficio en Talleres Don Bosco ya ahorraba pensando en el crecimiento laboral. Mi amigo, que hoy es encargado de la carpintería, recuerda que cuando salíamos a bailar yo hablaba de la máquina que iba a comprar “para trabajar y hacer más dinero”. Y en un momento llegué a reunir cuatro mil dólares, que los guardaba debajo del colchón. Siempre me sentí bendecido y agradecido por tener claridad desde tan joven, de poder decir: “Sé qué voy a hacer esto”.
Empezaste enseguida a tomar decisiones para lograrlo...
Sí. Terminé tercero en un liceo y el siguiente año lo empecé en Don Bosco. Entré con quince años y me recibí con diecinueve recién cumplidos. Durante ese proceso, también tuve la claridad de que quería tener mi carpintería y que, tras recibirme, iba a necesitar trabajar en otra empresa para agarrar experiencia, y no poner mi carpintería de una porque de seguro iba a ser un fracaso. Trabajé un año y medio en lo de un conocido y en un momento le planteé que me iba a abrir por mi cuenta. Ahí empezó Zona M.
¿Cómo fueron esos inicios?
Al principio salían muchos trabajos chicos. Mi padre tenía su miniconstructora y me daba la carpintería de los trabajos de reformas que él hacía. Zona M la armé dentro del depósito de su empresa, que era un galpón lleno de materiales de construcción ubicado en Villa Española. Un día corrí las cosas, los tablones, los andamios, puse en el medio del espacio la máquina que compré con mis ahorros y así empezó. Arrancamos con un compañero de clase, con el que habíamos estudiado juntos. A los seis meses sumamos a otro, a los dos años éramos cuatro o cinco, a los cinco años ya tenía una carpintería de doscientos metros cuadrados. Desde ese comienzo no paré hasta el día de hoy. La empresa ya tiene veintidós años.
¿Qué se mantiene hoy de aquella primera etapa de la empresa?
Si hay algo que me ha fascinado siempre es la mejora continua, estar buscando formas para hacer mejor las cosas. Más que tener una carpintería, lo que me gusta es brindar un servicio, ayudar a solucionar problemas mediante un producto o servicio. A Zona M no la veo como una carpintería tradicional, sino que fui aprendiendo herramientas para brindar otros servicios que se necesitan hoy en día. Por eso empecé a importar materia prima, me fui capacitado con cursos de marketing, ventas, recursos humanos y todo lo relacionado a llevar adelante una empresa. Me encanta la carpintería, pero hace muchos años que casi no hago trabajos físicos; si hay que hacerlo, soy uno más, pero los operarios hacen diez veces mejor que yo esa tarea. Entiendo que mi valor agregado está en otro lado, en trabajar para la empresa y no en la empresa.
¿Y cuándo te diste cuenta de eso?
En el 2016, en la búsqueda de profesionalizar la empresa, terminé contactándome con un coach de empresas, Adrián González. Me di cuenta de que yo necesitaba una persona con quien reunirnos todas las semanas para ir estableciendo objetivos, metas y aprender herramientas y metodologías. Ese proceso de siete meses fue un antes y después. Empecé a leer más libros relacionados con las empresas, a entender el lenguaje empresarial y escuchar a Sergio Fernández, un español referente en desarrollo personal y profesional desde el pensamiento positivo. Ese fue otro punto de inflexión. Terminé cursando un programa para emprendedores justo el año de la pandemia y me cambió la vida.
¿Qué te aportó esa formación?
Me anoté en enero de 2020, empezó en febrero y fue el mejor año de mi vida, a pesar de la pandemia. Yo estaba como una esponja con una felicidad radiante por todo lo que acontecía; lo viví como una bendición. Sentí que era lo que venía buscando hacía muchos años y me abrió los ojos a un mundo que necesitaba. Me conecté con un grupo de pares, de diferentes países, culturas, edades, que hablábamos el mismo idioma. El año pasado nos encontramos en Madrid en un evento que reunía lo espiritual, con meditación y yoga; con emprendimiento y ventas. Lo que te llevás a nivel educativo es muchísimo y, al mismo tiempo, te paraliza: ¿Para dónde arranco? ¿Trabajo en el marketing o en otro aspecto? Es demasiado, no te da la vida. Tenés que tener mucha claridad y enfoque para no abrumarte y quedarte sin hacer nada.
¿Cómo aplicás esa perspectiva en tu empresa?
Todos en la empresa saben que tengo este perfil y trato de compartir estos temas que me interesan. Si me preguntan contesto, pero no voy a decirle a otro qué hacer. Sí quiero tener una empresa que vaya en esa línea y trato de implementarlo, pero no es tan sencillo. Además, soy muy autocrítico y puedo levantarme al día siguiente de haber tenido una reunión pensando “esto lo encaré mal”, “tendría que haberlo dicho de otra manera”. Trato de fomentar esta ideología en la medida de lo posible, equilibrando el costo que conlleva y la realidad del contexto.
¿Cuál es la clave para gestionar equipos?
La confianza. Para el equipo, para tratar a un proveedor o a un cliente. No es el precio ni otras cosas. Cuando ya generaste confianza y sabés que levantás el teléfono, le escribís a tu proveedor y te manda el pedido en tiempo y forma, no te querés complicar con uno nuevo. Lo mismo con los clientes, se trata de construir una relación, de buscar una solución que funcione para todos. De ahí parte, no quiero venderte una cocina, quiero venderte una experiencia, que te quedes conforme, vuelvas y nos recomiendes.
¿Qué caracteriza el servicio de Zona M?
Además de la confianza, la flexibilidad y el servicio. Flexibilidad en el sentido de que entiendo a la persona en lo que necesita y trato de poner todo mi arsenal en brindar esa solución. Si es con carpintería, con carpintería. Si es con otro material, con otro material. Si tengo que tercerizar, tercerizo, pero te lo soluciono. Yo siempre le digo a los muchachos que cuando se habla con el cliente, el no no existe. Va más de escuchar que de hablar: “Prestá atención, buscá soluciones”. En eso, los clientes notan que estamos atentos y adelantados.
Nuestros clientes, que son particulares o estudios de arquitectos y constructoras, valoran el cuidado en los detalles, el gusto por el diseño y el servicio que damos. Podemos mejorar mucho más aún, pero creo que hemos logrado posicionarnos en un lugar en el que el cliente percibe el valor agregado que ofrecemos.
¿Qué visión tenés para tu empresa?
Quiero lograr que Zona M sea una empresa rentable que funcione sin mí. Es algo que quiero hace muchos años. No estoy trabajando todos los días para eso, pero creo que, de alguna u otra manera, estoy un pasito más cerca. No sé si lo voy a lograr o no, pero el éxito es el camino y no el resultado. Yo disfruto mucho del camino
¿Y cómo sigue ese camino conjunto del crecimiento profesional y personal?
Creo que uno nunca termina; empezó ahí, pero yo no terminé nada. Siento que todavía estoy en la base de la pirámide. Me siento un niño. Me paro en frente de cualquiera y soy un simple aprendiz abierto a que me cuenten y me digan absolutamente todo. Como el primer día que empecé a estudiar carpintería y no tenía idea de nada, pero era una esponja que absorbía todo.
Pensando en ese chico que fuiste, que tomó una decisión importante sobre su futuro a temprana edad, ¿qué les dirías a jóvenes en esa situación?
Tuve la posibilidad de volver a Don Bosco hace unos años, para el festejo de los 120 años de la institución, y conversar con los gurises. Hasta el día de hoy tengo el contacto de un muchacho que me escribe para preguntarme cosas. A veces, con que impactes en uno de quinientos, está cumplido el objetivo… Lo primero que les recomiendo es hacer algo que les guste, porque si tu trabajo no te encanta seguramente no lo hagas de la misma manera ni con la misma pasión. Después, ser siempre tu mejor versión, dar lo máximo y buscar lo mejor para lo que estás haciendo. Eso te hace sentir pleno. Y aunque no sé si viene de la mano, creo que tener hábitos saludables es el camino para lograr las cosas que uno se plantee. Además, no dejar de aprender nunca, leer mucho y agradecer, ser agradecido con la vida.
¿A tus hijos les transmitís esto mismo?
Yo hablo mucho con ellos (tienen once y seis años) de estos temas que me gustan. Todos los días planto la semilla y dejo que la maduren y procesen con el tiempo. Trato de inculcarles la idea de aprovechar la vida, de agradecer por la casa que tenemos. Un montón de cosas de la vida diaria que pueden parecer insignificantes las hago notar, no por dejar un legado sino porque estoy convencido de que eso es lo valioso. Y les deseo que encuentren ese don, ese talento para el que vinieron a este mundo y se dediquen a ello que harían toda su vida, aunque no les pagaran. Si encontrás eso, te capacitás y te dedicás, el resultado es inevitable. La abundancia es inevitable.
Noviembre 2022
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