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ROBERTO CUITIƑO

  • Writer: Camila Ambrois
    Camila Ambrois
  • Sep 1, 2019
  • 7 min read

Updated: Nov 8, 2022

Roberto JosĆ© habla tranquilo, pausado, pero no pierde ritmo. ā€œNacĆ­ en Tarariras, en el Departamento de Colonia, el 12 de enero de 1959. Me criĆ© en el campo, en un tambo, con mis padres y 5 hermanos. Los tres primeros aƱos fuimos a escuela pĆŗblica a caballo, como se hace habitualmente en el campo, y despuĆ©s fuimos a una escuela salesiana en Colonia, Escuela Criado PĆ©rez, y cuando terminĆ© la Primaria me vine a Montevideo, a estudiar en los talleres Don Bosco. EntrĆ© con 12 aƱos, era el alumno mĆ”s chico, y me fui con 15 aƱos, habiendo aprendido el oficio de carpintero. Antes de esa formación, no habĆ­a tenido nunca contacto con la carpinterĆ­aā€.

ROBERTO CUITIƑO

¿Y por qué elegiste ese oficio entre otros?


Mi hermano mayor habĆ­a venido a hacer tornerĆ­a en Don Bosco –tengo dos hermanos torneros– y en aquel momento, con 11 aƱos, mi padre me dijo ā€œTenĆ©s tres opciones para elegir: o te quedĆ”s en el campo a ordeƱar, o vas al liceo, o aprendĆ©s un oficioā€. El tambo era muy sacrificado, yo me querĆ­a alejar de las vacas (risas), y el liceo no me gustaba nada, ademĆ”s de que me costaba un montón estudiar, asĆ­ que sin saber siquiera de quĆ© se trataba, elegĆ­ venir a Montevideo a estudiar carpinterĆ­a de pupilo. Y fue la primera vez que venĆ­a a la capital. Mucho cambio para alguien tan chico.


¿Te pudiste adaptar rÔpidamente?


El cambio fue difĆ­cil; en la escuela en Colonia tambiĆ©n Ć©ramos pupilos, pero los fines de semana nos Ć­bamos a casa; en cambio al venir a Montevideo ya no podĆ­amos volver seguido con nuestros padres. El cambio fue muy grande: viviendo en Colonia, por ejemplo, el gran premio si nos portĆ”bamos bien era salir del campo con mi papĆ” para vender quesos, y eso era cada 15 o 20 dĆ­as. Y de repente irte lejos, solo… Pero despuĆ©s de terminar Don Bosco, del ā€˜71 al ā€˜74, con solo 15 aƱos y me quedĆ© a trabajar en Montevideo contra la voluntad de mis padres. En ese momento tenĆ­as trabajo enseguida, habĆ­a mucho mucho trabajo, y las carpinterĆ­as se peleaban por los graduados de Don Bosco.


¿CuÔl fue tu camino laboral?


Cambié muchas veces de trabajo, fui escalonando y buscando ganar mÔs. Empecé en una carpintería de un italiano que hacía muebles, Di Conza, en Gestido y Soca. Después trabajé en Mueblería Suecia, en Av. Garibaldi y Gral. Flores. Luego, unos pocos meses en la carpintería de Nelson VÔzquez, que era un exalumno de los Talleres Don Bosco, y después me salió, con 16 años de edad, un contrato por dos años para irme a Punta del Este a trabajar en obra blanca, cuando salió el primer Edificio El Malecón. Un día, un maestro de Don Bosco me ofrece dar clases en Don Bosco, así que me volví a Montevideo. Al año, ese profesor y su socio me invitan a tener una sociedad con ellos, a la que pude entrar con esos ahorros que había generado. Nos duró dos años el trabajo juntos y, finalmente, decidimos que yo les compraría su parte. Fui al Banco Caja Obrera a pedir un crédito. Seguro, con 18 años, ”¿quién me iba a dar un crédito!? No tenía garantía de nada, con mis padres no contaba porque no estaban de acuerdo con mi decisión de quedarme en Montevideo. Así que estaba solo solo. Pero por esas casualidades que tiene la vida, el gerente del banco me escuchó mientras hablaba con el gerente y me dijo que me salía de garantía.


¿Por qué?


Resulta que el hombre administraba edificios y estaba penando por un carpintero, porque tenìa tremendos líos. Así que nos servía a ambos: él me daba mucho trabajo y yo le solucionaba sus problemas, funcionó muy bien eso y el préstamo lo liquidé mucho antes del tiempo previsto. Ahì empezó mi independencia, empecé a comprar mÔquinas y a invertir en mi carpintería.


¿Cómo llegaste hasta este local, en la calle Isabela?


En Pocitos tuve que cerrar la carpintería por falta de habilitación y se dio que yo había comprado un terreno en la calle Monte Caseros y Avellaneda, que era chico, así que decidí venderlo y encontré este local que tiene mÔs de 1100 mts. El tema cuando lo vi era cómo comprarlo. Pero lo compré: era soltero, vivía en el taller y me salió un crédito en el BID, a través de ADIMAU, cuando entré de socio gracias a un amigo que, sin que yo supiese, me hizo socio. La verdad es que antes, y durante muchos años de trÔmites, no me había salido ningún crédito en el Banco República, y con lo del BID me salió al toque. Después me agarró la crisis en 2001 y 2002 y se dieron vuelta las cosas. Mi problema cuando estaba Pocitos era el espacio físico, la superficie; cuando tuve el espacio fìsico no me servían mÔs las mÔquinas por los cambios del mercado; y cuando me mudé acÔ no podía crecer porque no había casi trabajo.


¿Cómo se sale de las crisis?


Tuve que armar y desarmar equipo tres veces en mi vida, siempre por temas económicos. Desarmar una empresa es un porrazo. Imagínate que lograste tener tu local, la maquinaria y tenés toda la ilusión para salir adelante y empezÔs a quedar sin trabajo. Creo que lo que a mi me salvó es soy una persona con mucha fe y mucho orgullo, y la fui llevando y saliendo. Para atrÔs era todo negro, así que miraba para adelante que había algo blanco.


¿Qué otro aporte le dio ser socio de Adimau en esta historia?


Bueno, en el año 1995, por intermedio de la asociación, un grupo de 22 empresas viajamos a MilÔn a una exposición de maquinaria e insumos para la madera. Ese viaje fue muy enriquecedor, me cambió la cabeza. El agregado comercial de Uruguay en Italia organizó visitas a fÔbricas y durante una semana conocimos proveedores de tecnología. Habíamos pagado solo el pasaje, porque la hotelería estaba cubierta por estas empresas que querían que les comprasemos mÔquinas. En ese momento no podía comprar nada, pero por lo menos ya sabía qué necesitaba en el futuro. Ese viaje fue un paso gigantesco para mí. MÔs adelante pude comprar una escuadradora y, de a poco, muy de a poco, empecé a escalonar.


¿Cómo llegaban los clientes?


Ya desde esa época y al día de hoy, no tengo ni un cartel en la calle; los clientes llegaban por recomendación, nunca había hecho publicidad. Pero cuando cambió el mercado, en 2001, y hubo una invasión de cosas importadas que me quedé sin trabajo. Fue tremendo. Tuve que sacar a toda la gente, pagar despidos y me encontré nuevamente solo, encolando sillas para poder cubrir los compromisos. Por eso decidí presentarme a Expo Hogar y Constructa, para poder captar nuevos clientes, y la verdad que esa acción me empezó a dar un poco de aliento. Nos resultaba imposible llegar a los precios de esos productos importados a los que el cliente tenía acceso, así que retomamos el trabajo en la obra blanca y hoy por hoy nos dedicamos en un alto porcentaje a clientes de locales comerciales: hicimos locales enteros de Manos del Uruguay, trabajos para Tienda Inglesa en tiempos del Sr. Henderson, luego Stadium, Multiahorro, Bas, Mosca, La Papelaria, entre varios otros. Igual nosotros hacemos todo lo que se presente, nos adaptamos a lo que nos pida también clientes particulares. Creo que tantos años de sembrar, de hacerse conocer, nos permite que sigamos teniendo trabajo y aún sin cartel en la puerta.


¿Qué los identifica?


Siempre digo que tenemos que apuntar a la calidad del servicio, que hay que cuidar al cliente y hacer las cosas bien para poder seguir trabajando. El uruguayo, no sĆ© por quĆ© dice, suele decir ā€œEsto no se nota, esto no se veā€, y yo creo que si lo veo yo, lo ve el cliente. Entonces, lo que no puedo tener son reclamos, y para eso tiene que salir perfecto el trabajo. A mi equipo le digo siempre que todos fiscalizamos, que todos tenemos que estar en los detalles. Se arma perfecto y se instala perfecto. Los mĆ”rgenes son muy chicos, los reclamos son sólo pĆ©rdida. Quiero que un cliente me llame para recomendarme otro, no para reclamar. AsĆ­ que con los detalles de terminación somos muy exigentes y desde hace dos aƱos me encargo de ir a instalar yo, con un equipo de colocadores de afuera. Tenemos casi cero reclamos.


¿Cómo se lleva adelante un equipo comprometido?


El último equipo lo armé luego de la crisis de 2001 y venimos trabajando muy bien, somos trece personas entre oficiales, administración y diseño. Ya desde la entrevista, tratamos de rodearnos de gente buena y que en lo profesional pueda aprender la forma de trabajar que tenemos. Como empresario uno estÔ atento a las necesidades que puedan tener y tratamos de solucionar los problemas, a veces los personales, de apoyar para que estén bien y también para que el trabajo acÔ salga bien.


¿CuÔl es la importancia de la tecnología?


Pienso que si no tenés la cabeza para cambiar quedÔs en el camino. Hoy los cambios son mucho mÔs rÔpidos que lo que uno puede evolucionar, y mÔs en este país. Así que siempre me informo sobre nuevas mÔquinas y materias primas, me he capacitado en cursos ofrecidos por ADIMAU y otros que encontré sobre competitividad, logística y gestión. Y algo fundamental en esto es viajar. A Europa ya no vale la pena (aunque en su momento viajé a Valencia y a MilÔn) porque tenés acÔ al lado en Argentina y sobre todo en Brasil, en Bento Gonçalves o en San Pablo, contacto con la última tecnología. Ir a exposiciones te permite estar actualizado y responder a lo que exigen el mercado y los clientes. Hay trabajos que vos con tus manos, al estilo artesanal de antes, no vas a poder llegar. Hoy casi no se trabaja con madera maciza, diseñando muebles de estilo, la producción pasa por otro lado, con melamina y placa. Creo que hoy la única forma que nos queda para seguir trabajando es apostar a la tecnología, sino quedÔs en el camino. A mí me pasó que cuando tenía el local chico me faltaban las herramientas; cuando tuve las herramientas me faltaba espacio; y cuando tuve el local grande las herramientas que tenía ya no servían, porque todo va cambiando. El año pasado, por ejemplo, se me rompió una mÔquina y tuve que invertir en 2 mÔquinas; sólo Dios sabe cuÔnto voy a estar para recuperar esa inversión, pero no me quedaba otra. Si estÔs en el baile, tenés que bailar.


¿CuÔles son las últimas mÔquinas que adquiriste?


Una pegadora de canto que incluye infrarrojo y permite usar terminación brillante. Y un split. Luego de asesorarme, decidí contratar el centro de trabajo afuera (no quería tener una mÔquina que se usara poco o fuera lenta) y opté por este split que tiene un pantógrafo con 13 mandriles, que trabaja con mechas independientes que te permite, por ejemplo, sacar un costado de placard terminado, con agujeros en distintas medidas. AdemÔs tiene una memoria en la que podés guardar un tipo de trabajo, con un código, y si mañana lo necesitÔs de nuevo, ya estÔ ahí. Eso te da mucha velocidad y precisión, a un nivel que es imposible conseguir con las manos. Al igual que otros talleres actualizados, contamos con una seccionadora horizontal que corta, pone etiqueta y anda muy rÔpido.


Setiembre 2019

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