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LAVIERO Y CAROLINA SCAVONE

SCAVONE LTDA


El origen es el de una empresa familiar fundada por inmigrantes campesinos del sur de Italia, de Potenza, “de un pueblito llamado Tito”, aclara Laviero. Él, quien llegó a Uruguay en 1950, un poco antes de cumplir los tres años, no pasa desapercibido con su melena en tonos degradé, de beige a colorado. “Por más aspiración que haya, la madera tiene taninos rojos que hacen esa explosión de color en él, producto de las interminables horas que pasa en el taller”, explica Carolina. En esta entrevista, padre e hija comparten su experiencia en la carpintería que lleva por nombre el apellido de la familia y, aunque sin proponérselo, dejaron entrever su forma de trabajar como equipo, así como los valores que comparten a nivel personal y laboral.

ROBERTO CUITIÑO

¿Cómo fueron los inicios de la empresa?


Carolina (C): Hubo una primera carpintería fundada por mi abuelo, Vicente, con uno de sus hermanos. Pasados los años, mi abuelo abre su emprendimiento. Como era la tradición, se hacía lo que él decía, por ejemplo, que las mujeres trabajaban en la casa y los hombres en el taller. Más adelante, mi padre forma con mi tía y mi madre esta empresa. Como característica familiar, en todas las generaciones se trabajó mucho.


¿Cómo se dio ese salto generacional en el que sos mujer y estás en el taller?


C: De chica, estando de vacaciones mi padre me decía: “Vení si no tenés nada que hacer, quedate acá en la

oficina”. Así fui pasando de hacer los mandados a “andá a llevar estos papeles”, “andá a retirar tal cosa”. Cuando a los 18 entré en planilla para hacer tareas administrativas, ya hacía de todo. Además, estudiaba Ciencias Económicas y tenía otro trabajo, más lúdico, como educadora no formal; fui animadora durante quince años.


Y en tu caso, ¿cuál es el primer recuerdo vinculado al oficio?


Laviero (L): Tengo muchos, trabajé siempre. Desde barrer el taller con siete años y a los diez o doce manejar

tablones que hoy día los gurises no te agarran.


¿Ahí te diste cuenta de que te gustaba, de que tenías habilidad?


L: No me gustaba. [Se queda pensando]... En realidad, no es que no me gustara, pero los hijos, en general,

no quieren hacer lo que hacen los padres. Entonces, terminé la escuela y le dije a mi padre: “Voy a ir a la UTU,

a estudiar para mecánico tornero”. En esa época, años sesenta, era el furor de la tornería. Como inmigrantes que la habían pasado, o la estaban pasando, ellos querían que yo fuera doctor, es decir, que estudiara una profesión y no un oficio. Me quedó grabado que lo único que me dijo fue: “Tenés que empezar y terminar”. Y cumplí. En el último año me llevé una sola materia –que en ese momento era un gran logro–y tuve que dar el examen como cuatro veces, pero lo di hasta que terminé. Enseguida busqué y conseguí trabajo.


¿Qué enseñanzas o valores para el trabajo aprendieron de sus respectivos padres?


L: Cuando terminé la UTU, en el 67, me llamaron de Lamas Garrone, que era representante de Ford en Uruguay. Tenía un taller enorme de tres pisos, atrás de la Intendencia, donde había chapa, pintura, mecánica, tornería, ajuste y de todo un poco. Entré a trabajar ahí. Por supuesto que no pregunté cuánto iba a ganar, porque papá siempre me decía: “Vos demostrá lo que sos y te van a valorar. Si te valoran, bien. Si no te gusta, te vas”. Y eso le digo yo a Carolina. A fin de mes ya me habían aumentado el sueldo.

C: Yo aprendí eso mismo de papá. Cuando entrás a trabajar en un lugar, tenés que demostrar lo que sabés y hacer las cosas bien. Si la tarea la hacés bien, te pueden estimar. Y si aun así no te estiman, te vas, porque vos sabés que sos capaz. Buscá en otro lado, pero no te quedes para hacer las cosas a mitad de camino o esperar a que te echen.


¿Qué es lo que más te ha interesado transmitir como padre?


L: Más que transmitirles, diría que a mis hijos lo que más hicimos fue exigirles que estudiaran. Lo importante se aprende en el diario convivir: hay que cumplir, hay que ser responsable. Ella [mira a Carolina] te puede decir que estoy al firme siempre, como cuando trabajaba con mi padre.

C: Lo que te marcan son los hábitos, los modos de hacer las cosas. Yo veo que tengo ese sentido de la exigencia cuando, por ejemplo, en una muestra de un proceso hay un milímetro de diferencia y no dudo que lo tenemos que eliminar. No hay de otra, porque por algo también nos eligen. Las cosas tienen que salir bien y ese es nuestro diferencial.

L: Pienso que lo que les exigí no fue exagerado. Lo que capaz sí me arrepiento es haber estado poco tiempo con ellos cuando eran niños, por el trabajo.


¿Qué es lo que más disfrutás de trabajar con tu hija?


L: Esa pregunta es brava [risas]. Es acompañarla a ella y que ella me acompañe a mí. Somos diferentes, a mí me gusta mucho estar en el taller y no soy buen vendedor; en cambio, ella consigue buenos clientes y contribuye mucho con la gestión, sabe mantener abiertas las oficinas con más o con menos dinero.


Si ya trabajabas como técnico tornero, ¿por qué decidiste cambiar de rubro?


L: Porque un día vi la diferencia entre lo que ellos ganaban y lo que yo podría generar por mi cuenta, ¿y qué dije?: “Papá, prefiero seguir trabajando contigo, ganando lo que podamos ganar y un día me compro mi torno”. De hecho, sigo teniendo mi taller y haciendo algo de tornería.


¿Cómo integraste ese oficio a la carpintería?


L: Creo que el conocimiento manual que tengo me dio la posibilidad de llegar a lo que llegué. Sin ese saber, pude haber comprado cosas que en realidad no necesitaba.


Como empresa, ¿en qué se fueron diferenciando?


L: Nosotros hacíamos carpintería de obra, puertas y algunas ventanas. En el año 90 y algo, tuve un problema con unas aberturas convencionales que fabricamos, porque se necesitaba una calidad mayor. A partir de ahí, me aboqué a conseguir herramientas y máquinas para hacer aberturas de madera de alta prestación, con burletes y todo lo necesario para que no entrara ni viento ni aire. En el año 94, con apoyo del gobierno, algunos empresarios viajamos a Europa a conocer la tecnología más avanzada. Fuimos a ferias, recorrimos pila de fábricas y aprendimos una cantidad; compramos algunos equipos y mejoramos la producción, la calidad, todo.

C: En su momento, trajimos esas máquinas y nos embarcamos en una inversión complicada con la idea de aportar a la cadena y que hubiese más trabajo para todos. Con esa misma lógica hoy, antes de rechazar un pedido porque no puedo producirlo, no tengo ningún empacho en llamar a un colega y preguntarle: “¿Cómo estás de trabajo? Necesito tal cosa, ¿me lo podés hacer?”. Existen esos vínculos de confianza, con los que sabés que se cumplen los tiempos acordados y está bueno; se necesita de esa red porque no podés abarcar todo.


¿Cuáles son sus mayores satisfacciones en el trabajo?


L: La principal es que hay gente que reconoce que siempre trabajé y cumplí, y que las aberturas que hacemos son de calidad. Hay gente a la que le realizamos mantenimiento de por vida y que vuelven, ellos o sus hijos, porque lo que hicimos en el pasado lo consideran impecable.

C: Para mí también, el reconocimiento de los clientes sobre el servicio que les damos y que podamos ofrecer en Uruguay un producto como existe en Europa.


¿Cómo ha sido para ti desempeñarte en este medio típicamente masculino?


C: Lo más difícil ha sido que se entienda que trabajás. Me ha pasado de ir a tomar medidas y tener que volver para comprobar que estaban bien, y que mi padre haya tenido que pelear por mí. También recuerdo que una de las primeras veces que tuve que ir a una obra, me gritaron desde arriba un disparate, entonces me acerqué y pedí para hablar con el capataz, a quien no le dije lo que había ocurrido, pero tuvo efecto porque no me volvieron a decir nada. Creo en la igualdad bien entendida. No me voy a poner a levantar objetos pesados para demostrar que como mujer puedo cuando mi complexión no me lo permite, pero sin reparos me trepo a la camioneta y descargo cosas en una obra.


¿Qué otras cualidades tenés que te ayudaron a manejarte en este entorno?


C: Creo que ser introvertida me ayudó, porque primero observaba y no actuaba antes de tiempo. No hay una mala competencia con el varón cuando se entienden que hay diferencias que no se pueden igualar. Nosotras tenemos, naturalmente, la capacidad de estar atentas a lo que pasa alrededor y de hacer más cosas a la vez; en cambio los hombres tienden a enfocarse en una sola cosa. No es que uno sea mejor o peor que el otro, simplemente: trabajemos juntos y con respeto.


¿Cuál consideran que es el mayor desafío en la gestión?


C: Formar gente nueva… Las nuevas generaciones se toman el trabajo de una manera distinta a la nuestra.

L: Hubo muchachos que empezaron con nosotros en el 67 y ahora se jubilaron. Tengo mucha gente que hace 25 años que está acá. Hoy día es diferente.


¿Qué valoran esas personas que se quedaron en la empresa?


L: No sé exactamente porque yo soy muy calentón [se ríe, y Carolina asiente]. Ya me conocen y saben que me enojo porque quiero que aprendan a hacer las cosas bien. Pero más allá de eso, creo que siempre a la gente le dimos todo. Si llegaban tarde, no había problema. Tolerancia, mucha. Y algo que creo haber inculcado yo, o que vino inculcado de mi papá, es que los primeros que tienen que cobrar son ellos. Yo me puedo quedar sin dinero, pero a la gente que trabaja se le paga.



El espacio más pintoresco de la carpintería, o por lo menos especial, es el taller de torne ría de Laviero. Allí tiene “de todo un poco”: moldes, piezas, cuchillas afiladas, etc. Trabaja sobre todo metales, a partir de su formación en tornería mecánica. Hace piezas torneadas, achica circunferencias, hace roscas y todas esas cuestiones que no tienen relación directa con la carpintería, pero que, como explicó en la entrevista, le aporta a su trabajo. “Principalmente, resuelve con conocimiento específico a la hora de comprar cuchillas, de cambiarlas, sabe qué aleación sirve más, cómo afilar… Una cantidad de cosas que yo solamente las absorbo si estoy parada a su lado”, afirma Carolina.




Febrero 2022

 

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